
Los recientes pactos entre reducidos grupos de aspirantes presidenciales en Colombia (del club del 1% en las encuestas) parecen más una estrategia de supervivencia política que un proyecto serio de país. Desde el bloque encabezado por Marta Lucía Ramírez, Enrique Peñalosa y Vicky Dávila, hasta el llamado ‘club del Chicó’ con Mauricio Cárdenas, David Luna y Juan Manuel Galán. Pasando por los llaneros solitarios Roy Barreras y Claudia López, y el curioso grupo de conservadores cercanos al petrismo, todos comparten un mismo objetivo: seguir siendo mantenidos por el Estado. Más que alianzas programáticas, estas coaliciones lucen como una ‘jaula de las vanidades’, integrada por viudos del poder que buscan relevancia en un escenario donde sus posibilidades reales son mínimas.
En Colombia, la política parece haberse convertido en un negocio para ciertos personajes que, tras años de vivir cómodamente del erario, ahora se disfrazan de salvadores aspirando a la Presidencia. No buscan transformar el país, sino asegurar cuotas de poder que les garanticen ministerios, embajadas y privilegios. Son los mismos burócratas que han perfeccionado el arte de la supervivencia política, aferrándose a cargos como si fueran propiedad privada, mientras el país sigue esperando líderes con verdadera vocación de servicio.

Colombia necesita un líder auténtico, un outsider con visión estratégica y carácter incorruptible, capaz de romper las cadenas de la politiquería tradicional. Un líder que entienda que la recuperación económica pasa por fortalecer los sectores minero-energético, agrícola e industrial, impulsando la competitividad y la generación de empleo. Que enfrente sin titubeos a los grupos guerrilleros y al narcotráfico, articulando una cooperación efectiva con aliados como Estados Unidos e Israel para garantizar seguridad y tecnología de punta. Este líder debe apostar por una infraestructura moderna que conecte al país, reorganizar los sistemas de salud y educación para que sean eficientes y accesibles, y convertir la transparencia y la meritocracia en pilares del Estado. No se trata de administrar la crisis, sino de transformar el futuro.
La política colombiana no deja de sorprender con sus ironías: muchos de los candidatos que hoy se agrupan en estas ‘jaulas de las vanidades’ deben su trayectoria pública a figuras como Álvaro Uribe, César Gaviria, Andrés Pastrana y Germán Vargas Lleras. Fueron ellos quienes les abrieron las puertas del poder, y ahora, en un giro digno de novela, pretenden clavarles un cuchillo por la espalda. Han creado un verdadero sindicato de desobediencia, desmarcándose del esfuerzo que sus antiguos jefes políticos han venido haciendo para recuperar el rumbo del país. Más que renovación, parece una rebelión de egos que busca protagonismo en medio del desconcierto nacional por el desastroso gobierno de Gustavo Petro.
Ha llegado el momento de que los colombianos castiguemos con el voto a los burócratas que solo buscan cuotas de poder y privilegios personales. Necesitamos elegir a un líder auténtico, un outsider blindado contra la corrupción y las maquinarias, que se comprometa a reducir las brechas de pobreza y desigualdad, impulsar la economía en sectores estratégicos y devolverle la esperanza a millones de familias. El futuro no se construye con más de lo mismo, sino con valentía y decisión.






