
Maicao no es solo un punto geográfico en el mapa colombo-venezolano. Es un territorio vivo, atravesado por flujos humanos que escapan de crisis económicas, políticas y sociales, y que a la vez se entrelazan con las complejidades históricas de una región habitada por el pueblo Wayuu, marcada por desigualdades estructurales y por décadas de abandono estatal. En este contexto fronterizo, el desarrollo humano —entendido no como crecimiento económico, sino como ampliación de libertades y capacidades (Sen, 1999)— se convierte en un reto ético, político y social urgente.
El próximo 6 de noviembre, la Universidad de La Guajira – Sede Maicao organiza un conversatorio titulado “Desarrollo Humano en Maicao: una mirada desde la migración, lo institucional y lo social”. Este evento no es un mero acto académico; es un llamado a reconocer que detrás de los indicadores estadísticos hay rostros, historias de pérdida y resiliencia, y comunidades que luchan por sobrevivir y construir dignidad en medio de la precariedad.
Desde la perspectiva migratoria, Maicao ha recibido en los últimos años a miles de venezolanos en condiciones extremas. Muchos llegan sin documentos, sin acceso a salud, educación o empleo formal. Sus derechos fundamentales se ven restringidos no por falta de normas, sino por la incapacidad —cuando no la indiferencia— de las instituciones locales y nacionales para articular respuestas efectivas. ¿Dónde está la política pública que garantice el derecho a la infancia migrante? ¿Qué ocurre con las mujeres gestantes que cruzan la frontera sin atención prenatal? Estas preguntas no son retóricas; son emergencias humanitarias cotidianas que exigen respuestas integrales.

La institucionalidad, por su parte, aparece fragmentada. Aunque existen programas municipales y aliados internacionales, persiste una desconexión entre las políticas nacionales y las realidades locales. El resultado es una respuesta asistencialista, reactiva y desarticulada, que atiende síntomas, pero no causas estructurales. Como bien señala la invitación al conversatorio, se requieren recursos humanos, técnicos y financieros, pero sobre todo voluntad política para transformar el paradigma de la “atención” en uno de “garantía de derechos”.
Y a pesar de todo, en medio de esta crisis institucional, florecen iniciativas sociales que ofrecen destellos de esperanza. Organizaciones sin ánimo de lucro, líderes comunitarios y docentes comprometidos han tejido redes de solidaridad que trascienden la xenofobia y los estereotipos. Escuelas que acogen niños migrantes sin importar su nacionalidad, comedores comunitarios que alimentan sin preguntar pasaportes, y jóvenes que promueven narrativas inclusivas desde las redes sociales, son los verdaderos laboratorios del desarrollo humano en Maicao.
El reto es escalar estas experiencias desde lo local hacia lo sistémico. La academia tiene un rol crucial: no solo diagnosticar, sino co-construir soluciones con las comunidades. El conversatorio del 6 de noviembre puede ser un primer paso hacia la creación de un Observatorio Local de Migración y Desarrollo Humano. Pero para que esta idea no quede en buenas intenciones, se necesita compromiso real de las autoridades municipales, apoyo de cooperación internacional y, sobre todo, participación activa de migrantes y receptores en la formulación de políticas públicas.
Maicao tiene la oportunidad histórica de convertirse en un modelo de convivencia intercultural y justicia social en la frontera. Pero ello solo será posible si dejamos de ver a los migrantes como una carga y los reconocemos como sujetos de derechos, agentes de cambio y parte constitutiva del tejido social guajiro. Porque el desarrollo humano no se decreta. Se construye con presupuestos, con voluntad política, con reconocimiento de la diversidad y con justicia distributiva. Si. Para que esta ciudad fronteriza no siga un laboratorio de ensayos asistencialistas sino un territorio de derechos garantizados y potencialidades aprovechadas.






