Edicion octubre 23, 2025
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Petro y McNamara: un respiro diplomático en medio del ruido

Petro y McNamara: un respiro diplomático en medio del ruido
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Columnista - Breiner Robledo Meza
Columnista – Breiner Robledo Meza

Durante semanas, Colombia y Estados Unidos parecían caminar al borde de una grieta diplomática. Las declaraciones altisonantes, las sospechas mutuas y las amenazas comerciales daban la sensación de que la relación histórica entre ambos países se tambaleaba. Pero el encuentro entre el presidente Gustavo Petro y el encargado de negocios John McNamara devolvió algo que en política exterior vale más que cualquier comunicado: el tono.

Fue una reunión larga, franca y, sobre todo, necesaria. En la Casa de Nariño no se firmaron acuerdos ni se resolvieron todos los desacuerdos, pero sí se trazó una línea de respeto y continuidad. Acordaron moderar el lenguaje, seguir dialogando y no dejar que la tensión se imponga sobre la razón. A veces, ese simple gesto el de sentarse a conversar es el verdadero punto de inflexión en una crisis.

El contexto no era menor: declaraciones de Donald Trump acusando a Petro de tener nexos con el narcotráfico, una operación militar en aguas caribeñas que Bogotá consideró una intromisión y la amenaza de aranceles desde Washington. Todo apuntaba a un choque frontal. Sin embargo, la Cancillería colombiana y la diplomacia estadounidense encontraron en McNamara y García Peña dos figuras capaces de bajar la temperatura.

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Lo más interesante es que la crisis dejó al descubierto una verdad incómoda: Colombia ya no quiere ser el alumno obediente de Washington, sino un socio que debate, propone y exige respeto. Petro ha buscado reconfigurar la relación con base en la soberanía y la evidencia técnica especialmente en temas sensibles como la lucha antidrogas. En cambio, Estados Unidos, aún atrapado en los paradigmas de la “guerra contra las drogas”, exige resultados inmediatos y medibles.

La cita en Bogotá fue, en ese sentido, un punto de equilibrio: Estados Unidos reconoció que necesita mantener canales abiertos con el principal aliado en la región andina, y Colombia entendió que los gestos también son parte de la diplomacia. No hay victoria ni derrota, solo madurez.

Pero la historia no termina aquí. En un mundo donde los equilibrios geopolíticos se reconfiguran con rapidez con China incrementando su presencia económica en América Latina y Rusia buscando aliados estratégicos en la región, Estados Unidos no puede darse el lujo de perder influencia en Bogotá. Y Colombia, consciente de su peso regional, aprovecha esa coyuntura para exigir un trato digno, sin tutelas ni imposiciones.

La reunión entre Petro y McNamara fue una fotografía del nuevo tablero: una relación que ya no se basa en subordinación, sino en intereses compartidos. El reto es que esas conversaciones no se queden en discursos diplomáticos, sino que se traduzcan en políticas reales: cooperación efectiva, comercio justo y respeto mutuo.

El riesgo ahora es que todo quede en buenas intenciones. Las palabras “seguiremos conversando” pueden ser tan esperanzadoras como vacías si no se traducen en decisiones concretas: revisión de aranceles, cooperación técnica y un nuevo enfoque frente al narcotráfico.

La relación colombo-estadounidense ha sobrevivido a gobiernos, guerras y desacuerdos. Esta vez, puede salir fortalecida si ambas partes entienden que la independencia no es rebeldía y que el diálogo, aunque incómodo, es siempre mejor que el silencio diplomático.

Porque, al final, las grandes alianzas no se sostienen por la ausencia de crisis, sino por la capacidad de enfrentarlas sin romper los puentes. Y ese aunque parezca pequeño es el verdadero triunfo diplomático de este encuentro.

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