Edicion agosto 21, 2025
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La noticia que hizo despertar mi conciencia y conocer la importancia de la opinión

La noticia que hizo despertar mi conciencia y conocer la importancia de la opinión
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Columnista - Yarlin Carolina Diaz Bonilla
Columnista – Yarlin Carolina Diaz Bonilla

A los diez años, mientras cursaba quinto de primaria, mi perspectiva sobre el mundo era limitada. Hasta ese momento, mi mundo giraba alrededor de clases de matemáticas, juegos en el recreo, tareas de ciencias y la emoción de coleccionar los muñecos del Chavo que venían en los chitos Yupis. Nunca me había detenido a pensar en el país más allá de mi barrio, los partidos de fútbol los domingos y los cuentos que mi maestra nos leía. Los temas políticos y sociales apenas rozaban el ambiente infantil; esos eran asuntos para personas adultas. Sin embargo, la noche del asesinato de Luis Carlos Galán, el 18 de agosto de 1989, marcó un antes y un después. El impacto fue profundo y repentino, y sentí el llamado a opinar sobre el mundo, sobre los acontecimientos que estremecen a la sociedad en tiempos tan agitados como aquellos finales de los ochenta en Colombia.

El país, aturdido por la noticia del asesinato del líder político y símbolo de esperanza para una generación hambrienta de cambios, se sumió en una tristeza palpable que se infiltró en cada hogar y familia. Los titulares en la televisión, la radio y la prensa viralizaron la noticia, un hecho brutal y definitivo que plantó en mí la semilla de la escritura que hoy sigue germinando.

Mi profesora Libia Hernández, de quinto grado en el colegio Kinder María José, delegaba la actividad de escribir una redacción. Esta podía ser un cuento, una poesía o una noticia. Todos llevamos la tarea: la creatividad y la imaginación brotaban de forma increíble. Aún recuerdo el cuento de mi amigo Jorge Luis Iguarán, donde animales, bosques y aves de colores eran los protagonistas, el mundo ideal para los niños de mi edad. Cuando fue mi turno, al leer mi texto en voz alta noté que algo se movía en quienes me escuchaban. Los gestos de mi profesora, sus palabras elocuentes al terminar, y un par de compañeras que después me dijeron que les había gustado lo que escribí y que sentían lo mismo pero no sabían cómo decirlo, me revelaron el poder de la palabra. Ese día comprendí el valor de atreverse a opinar. Aprendí que el colegio es el espacio de reflexión propicio para potenciar las habilidades de la niñez. Ante un ambiente cargado de incertidumbre, sentí la necesidad de plasmar mis emociones en papel. Con letra insegura escribí sobre el miedo, la injusticia y el deseo de cambio. Sin saberlo, estaba dando forma a mi primera columna de opinión, guiada únicamente por la urgencia de expresar aquello que hasta entonces había permanecido silenciado.

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Motivada por mi entusiasmo, la seño Libia me introdujo al mundo de las columnas de opinión en los periódicos. Me explicó cómo estas permiten expresar puntos de vista sobre temas relevantes y provocar reflexión. Me animó a seguir escribiendo y a observar el trabajo de columnistas reconocidos, abriendo así un camino de expresión que aún hoy sigue creciendo en mi vida.

Comencé a leer el periódico, a copiar fragmentos que me llamaban la atención y a discutirlos con los compañeros. Mi pasión por la comunicación fue creciendo. Algunas veces trataba sobre temas políticos, otras sobre el colegio, la amistad, la importancia de la honestidad. Mi cuaderno se llenó de textos breves y descubrí el placer de construir argumentos, de buscar palabras precisas y de imaginar que, a través de la escritura, podía contribuir a transformar el entorno. El asesinato de Galán no solo me impulsó a escribir; también me llevó a pensar en la responsabilidad que implica opinar. Galán fue una figura que, incluso para una persona de mi edad, representaba esperanza y valor. Sus ideas de lucha contra el narcotráfico, la defensa de la democracia y la construcción de un país más justo resonaron en la sociedad y, poco a poco, en mi propia conciencia.

La política era un rumor lejano, una conversación entre adultos que yo solía esquivar. Por primera vez entendí que algo podía romper el tejido invisible que nos une como comunidad. Aunque en ese momento no supiera que eso era lo que estaba haciendo, mis primeras líneas, tímidas y honestas, hablaban del miedo, del asombro y del deseo de que el país fuera diferente. Han pasado 36 años y aún sigue siendo mi primer pensamiento y mi mayor deseo: ¡un país con libertad de expresión!

Con el tiempo aprendí a leer más, a escuchar con atención y a comprender los matices de la realidad política y social de mi país. Descubrí que escribir no era solo un acto personal, sino también una forma de diálogo con el mundo. Mis columnas pasaron de ser reacciones a los acontecimientos a convertirse en intentos de analizar, crear y abrir posibilidades a mis lectores. La escritura se convirtió en mi manera de desenredar la complejidad de la política y hallar mi propia voz en medio del ruido, a la vez que valoraba las oportunidades que Diario del Norte, Guajira News y el magazín Ojo Pelao me brindaron. Mi voz se ha fortalecido con cada texto.

Diariamente aprendo que opinar es también escuchar, respetar la diversidad y aceptar los desacuerdos, descubriendo que la columna de opinión es tanto una ventana como un espejo: permite asomarse al mundo y, al mismo tiempo, mirar hacia adentro. Hoy, al mirar atrás, reconozco que aquel cuaderno de rayas fue el primer peldaño de una escalera que aún sigo subiendo, una aventura que no termina y que me invita cada día a mirar la realidad con ojos críticos y corazón abierto. Mi mayor aprendizaje es que la palabra, cuando se pronuncia con honestidad, puede iluminar a quien escucha, lee o nos observa. Escribir es un acto de esperanza, con sentimiento cultural y de pueblo, mi opinión para ti.

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