
20. “Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”.
Filipenses 3.
El Espíritu Santo nos lleva a aguardar una esperanza santa. La esperanza de Pablo es conocer a Jesucristo, el poder de Su resurrección y participar de Sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a Él en Su muerte. Siendo un gran apóstol, declara ”no que lo haya alcanzado ya” (v. 12), ”ni pretendo haberlo ya alcanzado” (v. 13).
Vemos su humildad en el uso de la palabra ya. Pablo es un apóstol que ha buscado hacer solo una cosa: proseguir a la meta, olvidándose lo que queda atrás y extendiéndose a lo que está delante (vv. 13-14), como un atleta que compite. La meta que él ha visto, es “el premio del supremo llamamiento”, “la corona incorruptible de justicia” que recibirá de Dios en el día postrero.
Aunque vivimos en este mundo, pertenecemos al reino de los cielos. Pablo exhorta a los santos de Filipos a ”sed imitadores de mí” (v. 17); no porque ser soberbio, sino por el deseo de ver a los hermanos correr a la meta, considerando como basura la jactancia en la carne por amor a Cristo. Además, establece como enemigos de la cruz de Cristo a los falsos maestros que enseñan la circuncisión como condición para la salvación.

Su dios es el vientre, su gloria es aquello que debe avergonzarlos y solo piensan en lo terrenal. El fin de todos ellos es la perdición (v. 19). Por otro lado, nosotros somos los ciudadanos celestiales, quienes pensamos en las cosas celestiales. Los creyentes que anhelan la gloriosa resurrección, esperan a Cristo y recorren la senda de la cruz.
Pablo exhorta a los fieles a dirigirse hacia la ”meta” sin dejarse confundir por los falsos maestros. Nuestra meta consiste en imitar a Jesucristo, quien es la imagen del reino eterno de Dios. Imitar a Jesús y buscar la justicia y el reino de Dios es el deber de todo creyente que recibió la salvación por medio de la gracia y de la fe para el resto de su vida.
Dios nos encomendó la misión de predicar el evangelio, ya que a nuestro alrededor hay muchas personas que lo necesitan. Debemos predicar el evangelio de Jesucristo que da la salvación al mundo entero. Así, el fiel que obedece la Palabra y camina cada día junto al Espíritu Santo, puede predicar el evangelio de Cristo al mundo, gozando de la alegría de quien recibió la ciudadanía del reino de Dios.
El fiel debe recordar que es ciudadano del cielo y avanzar hacia la meta. Dios les guarde.