
En medio de una coyuntura internacional marcada por polarización ideológica, tensiones diplomáticas y reconfiguración de alianzas, Colombia enfrenta un dilema complejo que trasciende la retórica política ¿es más conveniente fortalecer vínculos con el régimen de Nicolás Maduro o con el presidente Donald Trump, actual jefe de Estado de Estados Unidos?
La pregunta no es menor, ni puede responderse desde la comodidad de los extremos, en los últimos meses, el gobierno Petro ha profundizado su relación con Venezuela, reabriendo embajadas, firmando acuerdos binacionales y articulando agendas territoriales en salud, educación, energía y seguridad fronteriza, esta aproximación responde a una lógica de integración regional y reparación histórica de zonas marginadas como La Guajira, Cesar y Norte de Santander; sin embargo, también ha generado inquietudes por el silencio frente a las violaciones de derechos humanos en el régimen chavista, así como por el riesgo de comprometer la institucionalidad democrática en nombre de la cooperación territorial.
Al mismo tiempo, la relación con Estados Unidos ha entrado en una fase de tensión, especialmente desde el regreso de Donald Trump a la presidencia, figuras cercanas a su administración, como Marco Rubio y Christopher Landau, han cuestionado abiertamente decisiones judiciales en Colombia, insinuando una supuesta persecución política contra sectores conservadores; Petro, por su parte, ha respondido con firmeza, defendiendo la soberanía judicial y acusando a estos actores de promover narrativas golpistas, esta confrontación ha puesto en riesgo acuerdos comerciales, tratados migratorios y el respaldo multilateral que históricamente ha ofrecido Estados Unidos.
En este contexto, ha emergido una nueva forma de relacionamiento internacional, la diplomacia de redes; las plataformas digitales como X (antes Twitter) y Truth Social se han convertido en escenarios de confrontación directa entre mandatarios, desplazando los canales tradicionales de diálogo diplomático, Petro ha utilizado estas redes para emitir posicionamientos ideológicos, responder a líderes extranjeros y marcar distancia frente a gobiernos conservadores; Trump, por su parte, ha mantenido su estilo provocador, generando tensiones con México, Canadá, Dinamarca y ahora Colombia, esta diplomacia digital, aunque inmediata y viral, ha exacerbado los conflictos y debilitado la institucionalidad diplomática, generando un clima de confrontación más que de cooperación.

Pero la política exterior no puede reducirse a simpatías ideológicas ni a reacciones emocionales, ser socio de Maduro implica oportunidades reales de articulación territorial, especialmente en zonas fronterizas donde la presencia del Estado colombiano ha sido débil o inexistente, la cooperación en salud, educación, energía y seguridad puede traducirse en bienestar para comunidades históricamente excluidas; no obstante, esta alianza también conlleva riesgos reputacionales, sanciones internacionales y una inevitable asociación con un régimen autoritario sancionado por organismos multilaterales.
Por otro lado, mantener una relación estratégica con Estados Unidos, incluso bajo el liderazgo de Trump, garantiza acceso a mercados, inversión extranjera, respaldo financiero y estabilidad institucional, aunque el estilo confrontativo del presidente norteamericano genera tensiones, su país sigue siendo el principal socio comercial de Colombia y el actor más influyente en el hemisferio, romper o debilitar esta relación por razones ideológicas sería un error estratégico con consecuencias económicas y diplomáticas de gran calado.
Colombia no debe elegir entre uno u otro, sino construir una diplomacia de equilibrios que combine pragmatismo económico con principios democráticos, esto implica fortalecer la cooperación territorial con Venezuela, especialmente en salud, educación y seguridad fronteriza, sin comprometer la defensa de los derechos humanos ni la institucionalidad democrática, también exige mantener relaciones sólidas con Estados Unidos, defendiendo la soberanía judicial y los intereses comerciales, pero evitando confrontaciones innecesarias que puedan derivar en sanciones o restricciones migratorias, y, sobre todo, recuperar la diplomacia profesional, basada en canales institucionales, servicio exterior técnico y respeto por la tradición de no injerencia.
La política exterior colombiana no debe elegir entre Maduro o Trump, sino entre improvisación y estrategia, en tiempos de incertidumbre global, lo que se necesita es una visión sistémica, territorial y ética, capaz de articular intereses nacionales con principios internacionales, porque en diplomacia, como en política, no se trata de quién grita más fuerte, sino de quién construye con más inteligencia y Colombia, con su vocación de puente entre regiones, debe apostar por una política exterior que no se subordine a liderazgos personales ni a algoritmos virales, sino que responda a las necesidades reales de su gente y al lugar que aspira ocupar en el concierto de las naciones.