La visita presidencial a La Guajira esta semana me hizo acordar el nombre de la novela de Alice Kellen, autora española de literatura romántica juvenil y adulta: El mapa de los anhelos. Dicho título servirá de guía, a manera de analogía, para opinar sobre la presencia del mandatario de los colombianos a la península. Tal como en la obra, La Guajira requiere la geointerpretación y la ruta marcada en el mapa de su destino para descubrir quién es (potencialidades), quién quiere ser (confianza), y especialmente, quién puede ser en el orden nacional e internacional (oportunidades). Y al igual que Grace Peterson, la protagonista de la novela, La Guajira siempre se ha sentido invisible, carente de interés y atención por los galanes de turno. No olvidemos que somos un departamento que lo merece todo. Un merecimiento no justificado por la lástima y el padecimiento que hacen brotar discursos de los labios mentirosos y las lágrimas indiferencia en los ojos del visitante a su retorno a la fría capital.
La Guajira no necesita bañarse en el mar de anuncios ataviados por la indumentaria wayúu que decora la humanidad de funcionario-turista. Necesita llegar a su propio destino, a un final o a un principio en el mapa, que nos lleve directo al corazón de un sentimiento llamado pueblo. Si, de un pueblo lleno de vulnerabilidades y obstáculos, cuyos sueños han sido olvidados, sus anhelos pisoteados y sus afectos diezmados por falta de amor e incomprensión oficial.
Por eso, En buena hora, es bienvenida la voluntad expresa del autollamado gobierno del cambio, en el cual, la Guajira, la digna región que encabeza el mapa nacional, puede levantar con orgullo la frente, no solo con la suave caricia del mar, sino con el compromiso histórico y la valentía de sus dirigentes y ciudadanos. Sin embargo, es necesario considerar que no es suficiente con parafrasear anuncios y firmar documentos por parte de las diferentes agencias del gobierno. Es vital para el alma guajira, delinear una conexión ontológica donde, más allá de los trinos del mandatario, se destaque el ser viviente y sintiente que es La Guajira, una península que anhela ser parte de una misma Nación y gozar de su misma identidad y equidad. Por eso, en esta semana llena de periplos y trasegar por la desértica princesa wayúu, el presidente, al mejor estilo de Indiana Jones, trazó las coordenadas de su cruzada para convertir el territorio del sol en la semilla de la potencia mundial de la vida.
Dentro de los puntos fijados por el presidente Petro en el mapa de los anhelos se destaca la llamada Transición energética. La Guajira debe ser un laboratorio de la transformación energética justa. Una zona donde el desarrollo de la economía de las fuentes no convencionales de energías renovables sea el motor de una transformación productiva, donde las restricciones culturales no sean la excusa sino una oportunidad de convivencia y entendimiento con los otros y con nosotros. Para que se cumpla una de las premisas de la nueva ingeniera social y la justicia procedimental: “Nada sobre nosotros sin nosotros”. Además, enmarcado en un modelo donde, como dijo el exministro Amylkar Acosta: “se territorialice la transición energética” y se adapte a la cosmogonía y a la narrativa de las poblaciones “dueñas” de la arena, del agua, del viento y del sol. Por lo tanto, la Nación y los guajiros tenemos el desafío de consolidar un acuerdo en el cual la ecuación: [Capital + Tecnología + Territorio] se traduzca en beneficios marginales y no en marginalidad sin beneficios.
En fin, el mensaje de partida de la visita presidencial ha quedado explícito: debemos dejar de ser un territorio de restricciones y lamentos para convertirnos en un mapa de oportunidades y uno de los portafolios de inversión más importante del país. Si seguimos esa ruta, La Guajira se convertirá en un mapa donde los anhelos no sigan siendo relieves de frustraciones y desilusiones en la geografía existencial de sus habitantes.